El otro día te estaba odiando como todos los días, cuando tuve una revelación: ¿Cómo vas a parar con ese juego asesino si no sólo yo te lo propongo constantemente, sino que soy el prototipo perfecto de jugadora? No porque gane siempre, de hecho nunca lo hice; pero sí porque hacemos un show fantástico. No sé si te das cuenta, pero te divertís un montón. Pero así como se dice "reirse de" alguien o "reirse con" alguien; vos te divertís "de" mí, no conmigo. Yo soy tu bufona lo que dure nuestro cruce, y a mí con eso me basta. Es eso o nada. Y "nada" ya traté. Traté todo, ja.
Ahora que pienso, algo sí hacés: por ejemplo, un beso en el cachete un poco más intenso de lo habitual. No es ese que le das a cualquiera. Pero yo con eso, tiro como veinte capítulos. Me saludás así e instantáneamente pongo una cara muy novelera, y ni me ocupo en que no la veas (¡si lo hago para eso!). Entonces vos te reís y me hacés un comentario, y yo me pongo nerviosa y me voy un poco triunfante y un poco avergonzada de haberte confirmado que sos mi Thiago Bedoya Agüero sin beso. Reacciono como si estuviera en Floricienta, y yo ya no sé si es que lo hago para vos, o para mí, o se me escapa; pero sé que a vos te divierte. Aunque te quejes y aunque te parezca infantil.
Dejame, maldito. Es lo único que tengo. Somos la única novela con mil temporadas y sin besos. La única en la que ella se le declara a él en el capítulo uno, y desde entonces lo vuelve a hacer en cada emisión, en todas como si fuera a funcionar; y también en todas con el mismo fracaso. Porque en cada nuevo capítulo ella sabe que todo depende solamente de ella, y si no lo intenta, no va a haber capítulo siguiente. Y peor que un fracaso amoroso es que termine la novela.