porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

9.2.16

Amor de verano

2016. Enero. Camboriú


Paula caminaba con su amiga María por el centro, cuando un chico la interceptó: "muito bela", le dijo. "No falo portugués", respondió la pibita con una sonrisa, y siguieron caminando. Le relajaba no tener que remar chamuyos porque zafaba diciendo que sólo hablaba español. Pocos eran los que de todas maneras se esforzaban por hacerse entender. Los brasileros son medio vagos para eso.

No estaban seguras de si querían entrar a la balada (boliche) o quedarse dando vueltas por la zona. En eso se sentaron en unos bancos de plaza y el grupo de chicos del que la había piropeado hacía un rato se acercó. Le pusieron mucha onda y con gestos y "portuñolinglés" lograron intercambiar con cierta lógica. No faltó nombrar a Maradona, Messi y el Papa, ni que bailaran "onda onda buena onda" o "ai se eu te pego". 

"Che, Meri, creo que me copa Thiago". Thiago era el que se le había acercado al principio. Realmente Paula decía "creo" porque no estaba convencida. Sentía que le daba ganas de charlar principalmente con él y que no tenía intenciones de irse de ese grupo, cosa que no le solía pasar. "Es copado", respondió María mientras seguía gritando que Pelé debutó con un pibe. 

Finalmente entraron todos juntos a la balada. Las chicas se sorprendieron por la música que ahí sonaba: nada de esa música que uno considera "música brasilera", de negros meneando y cosas así. "Funky brasilero", decía orgulloso Thiago. "Voce gosta?". Paula respondió que sí, pero en realidad le daba lo mismo y extrañaba la cumbia cheta. Sin embargo, con el transcurso de los días, y más que nada las noches, los boliches y los besos; terminaría encariñada con esos rítmos y hasta meses después sentiría fuerte melancolía.

Sí, la pibita se enganchó con Thiago. Ninguno hablaba para nada el idioma del otro, pero tenían tantas ganas de comprenderse que lo lograban. Con el correr de los días, ya se daban cuenta qué conceptos se iban a entender a la perfección y cuáles había que gestualizar o buscar en Google Traductor. 

Obviamente, el pibito también se enganchó con Paula. Le dijo cosas que nunca le habían dicho en la vida: que era la primera vez que sentía algo así por una minha, que era perfeita, que él tenía muita sorte de haberla conocido. La mimó como nunca nadie lo había hecho. Sí, así, en días, los dos lograron sentir cosas de magnitudes desconocidas. 

"El amor no tiene tiempo...", escribió Paula, convencida de que no importaba si habían sido un par de días o años. Ella estaba enamorada. A la vuelta, en el avión, tuvo que completar la frase: "...pero sí tiene espacio". Y si no hay espacio, ya el amor no puede ser.

Los primeros días fueron tristes, pero a la vez no se despegaban uno del otro de la manera que podían: cibernéticamente. Subían sus fotos juntos a todas las redes sociales y se la pasaban en whatsapp. A las semanas empezó el carnaval y ella sintió unos celos inmensos de esas chicas que aparecían en Snapchat, pero no importaba porque seguían en contacto.

Lo que sigue es obvio. Porque el entendimiento por escrito se volvió más complicado (filtraban lo que se querían contar porque seguro el otro no lo entendería) o tal vez porque esa relación tenía mucho más de piel que de palabras; el amor se murió. 

Una vez él anunció que iba a ir para Argentina. Lo había prometido cuando se conocieron, pero sucedió 6 años después. Ni siquiera se lo contó a Paula, no viajaba para verla: estaba de novio hacía 3 años. La pibita leyó en Facebook que Thiago viajaría, y estuvo a punto de proponerle ir a tomar unas birras, pero se colgó porque estaba con mucho laburo. Tampoco le interesaba mucho... sólo le parecía simpático reencontrarse con el amor de sus veinte años. 

Lo que no sabía era que no sólo era el amor de sus veinte, sino de todos sus años. Era él, y era ella. Pero estaban demasiado distraídos. Y se habían comido por demás el cuentito de "sí, solo eso fue".