Me gusta el lado de la ventana porque te puedo ver. Porque te encuentro en las flores recién salidas, porque aparecés en la tierna mirada de un labrador chocolate o por ese auto que se parece al tuyo.
Elijo la ventana porque es un lugar en el que te tengo. Ahí, en el nombre de la calle o en un grupo de varones. Mirá, allá va uno con tu barba; y ese otro tiene tu corte de pelo de Otamendi descuidado. Y ahí pasa otro, ¿lo ves? Con tus zapatillas preferidas y un andar muy tuyo.
Me siento acá, en la ventana, porque se hace más real la música que estoy escuchando. Porque el paisaje de ciudad intensifica lo que oigo y claro que estás en los temas que especialmente elegí para esta ocasión.
Mirá si me voy a ir de la ventana si hasta siento que puedo escribirte a vos, en segunda persona, como si fueras la hoja o la lapicera o la tinta o incluso mis propias manos. Que igual, lo sabés, serían tuyas si las quisieras.
Pero en un momento paso del otro lado de la ventana. Desde acá ya no te veo, pero algún otro viajero nostálgico ve en mí a quien lo desvela; tal vez por mis Vans gastadas o las uñas coloridas. Está bien. Creo que el tiempo perdido es el rato en el que ni sentimos ni hacemos sentir. Hoy tampoco voy a lavar las zapatillas.