Escribí que era una linda noche para acostarse imaginando cosas que no iban a pasar nunca y te pedí que no te durmieras porque te quería a vos en esos pensamientos. Te lo pedí en un tuit sin dueño. Te lo pedí sin esperar a que te sintieras tocado ni accedieras porque no necesitaba tu consentimiento: por suerte todavía se puede alojar a alguien en la cabeza sin pedirle permiso.
Pero entonces de repente estamos en un auto, no sé bien de dónde venimos. Los sueños tienen eso de siempre haber empezado antes de lo que tenemos noción (como los amores y las buenas anécdotas). Vamos los dos atrás, uno en cada ventanilla, y en el medio viaja Luli. Nada pasaría entre nosotros si estuviéramos al lado, pero igual tengo esa bronquita de no poder estar friccionando nuestras pieles, imaginando intenciones tuyas en roces casuales, jugando con ellos, creándolos; bailando con el límite a propósito-casual; queriendo (como siempre) que te des cuenta pero no.
De pronto bajamos del auto en la mitad de la ruta y revoleamos un coche viejo al río. A ninguno le parece raro, peligroso o fuera de lugar. Después volvemos a subir: esta vez me avivo y me siento en el medio. Ahora te tengo a mi derecha. Acá pierdo la cronología de los hechos. Apoyo mi mano en tu pierna sin "sin querer" que aguante, vos ponés la tuya sobre la mía y con un dedo la mimás. Yo te imito. Confirmo lo que pensaba: con sólo un dedo podés alterarme cada célula del cuerpo y cada rincón del alma.
Te cuento que soñé con vos, que sí me acuerdo qué, y que perdón por soñarte así, por robarte de sueños de otras para siempre tenerte en los míos. "Perdoname vos a mí por hacer que me sueñes", me respondés, y casi te digo que no tenés por qué disculparte hasta que caigo en que sí, que claro que es tu culpa que te sueñe, porque vivís sembrando en mí semillas que jamás regás por lo que solo florecen cuando duermo.
Me invitás a un bar donde vas a ir con tus amigos y yo cambio todos mis planes para ir, armo un quilombo bárbaro, pero voy; entonces desaparecés, y llego al bar y no estás, y me despierto antes de comprobar que no vas a venir. Hay olor a siesta, claro, otra vez todo pasó en mi inconsciente. Una vez más deseo que la vida tuviera un poco de eso de los sueños: tengo ganas de encontrarte de casualidad, encajarte un beso y que no te alborote, así como hace un ratito revoleamos un auto al río y nadie se escandalizó.