porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

21.7.15

Al menos me brilla el costado

El clima era sumamente hostil. Nicolás sabía que la lastimaría y Belén, que sería lastimada. Ya se imaginaba a sí misma yéndose llorando, y él intentando frenarla con esos mimos de consuelo pero sin arrepentimiento alguno. Él siempre estaba dispuesto a pagar cualquier precio por hacer lo que quería, y más si el dinero era dolor ajeno. 

Era una vez más de tantas. Ese living con luz demasiado blanca, afuera el cielo gris y lluvioso, frío en todos lados. El escenario típico de esos finales que no terminan nada. Porque no eran nada, nunca lo habían sido. Sí en las charlas de ella con amigas, en sus escritos en word, en sus tuits, en sus noches de desvelo. Pero nunca en Nicolás, y él jamás había tenido problema en que ella lo tuviera bien claro. "No somos nada, eh". Como quien dice "¿cargás SUBE?".

Fue entonces que la miró a los ojos y empezó a hablar. "Belu... No te va a gustar lo que te voy a decir, pero vos sabés, yo voy de frente", dijo, orgulloso de la frase final, que en realidad encubría un egoísta afán de lastimar a las personas sin escrúpulos. Nicolás no conocía la palabra "culpa", y hacía trending topic el "voy de frente". "Suena bien, pero se siente mal", había escrito Belén alguna vez.

Entonces ella lo miraba, ya con los ojos llorosos como por las dudas, toda chiquita (más allá de su metro y medio, estaba chiquita de voz, de fuerza, de amor propio). Callada y sin moverse, solo con los ojos, entregaba su roto y averiado corazón. Así, de antemano, antes de que Nicolás dijera algo significativo. Lo daba porque nadie cuida algo que ya está todo despedazado. Lo daba porque no conocía otra manera de mirarlo. Lo daba porque ya se lo había dado hace mucho. Lo daba porque ya no tenía opción. 

Nicolás continuó: "...que para mí esto ya está, me cansé, me aburrí. Sos parte de mi pasado". Belén cambió la expresión de repente. Frunció el ceño e inclinó la cara para un costado. El otro, en consecuencia, hizo lo mismo. Esperaba pedidos de volver a pensarlo, lágrimas, tal vez gritos, una escapada rogando que él la buscara, otra cosa. Algo que siguiera mimando su ego. Pero nunca hubiera imaginado que ella lo miraría con esa cara, y menos que menos que después sonriera como lo hizo. Exhalando por la nariz, comprendiendo, aceptando, coincidiendo. Para más sorpresa, le dio un beso en la mejilla y se fue.

Al llegar a su casa, seguía con la misma sonrisa. Abrió un word en su computadora (un archivo nuevo) y escribió: "si soy parte de su pasado, soy parte de él. Fui. Soy. Y ahora que sé que soy, también sé que ya no quiero ser". Así fue como apretó la cruz de la esquina y cuando le preguntó si quería guardar los cambios ella eligió la opción no guardar.

9.7.15

A la Luna llegaron varios

Después de vasos de todas las formas y colores, bailes ridículos y charlas sin sentido, Luna entrega su corazón en una cama. Una cama desconocida, una cama que lo pierde entre las sábanas porque el destinatario no se preocupa en atajarlo. Por momentos ella jura que hay una mirada especial, por momentos ella se siente amada entonces eso la hace amar. Al otro día (recién cerca de la noche) descubrirá que no, y que como siempre en ese tipo de noches todo terminó sin terminar, dejando a los dos sin entender cómo fue que entre tanta pasión se atrevieron a quedarse dormidos.

Se despierta, esquiva besos porque no se lavó los dientes. Besos con fin, besos para acabar lo que no se concluyó algunas horas atrás. A Luna no le gusta la mañana, así que sigue evitándolos con una simpatía inmensa que ya empieza a no tener. De repente él se resigna, o tal vez ella, pero ya nada los une. Con ese terror del "que quiera que me vaya y no se anime a decírmelo" y con ganas locas de que la frene, anuncia su retiro. Ni "no te vayas", ni "te llevo", ni "¿cómo te vas?". "Te abro". Se despiden con un beso en la boca y Luna se va. Vestida de noche, de luna, pero a plena luz del día. A contratiempo.

Pasan las horas del día, tiene sueño, claro, casi ni durmió. Andá a saber a qué hora les ganó el sueño y a las 11:30 ya estaba despierta, esperando a que el otro hiciera lo mismo para que pasaran todos los actos seguidos que sabía que pasarían. Con la llegada de la noche la invade una sensación que niega pero que en algún momento, a eso de las siete de la tarde, ya con la luna en el cielo, asume. Le pesa, le duele, no la entiende. Si no hizo nada mal, ¿por qué sentir culpa? Tal vez porque dejó un corazón en la cama de un muchacho que no quiere tenerlo ni ella que él lo tenga. Y no lo puede ni buscar porque no sabe la dirección.