porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

8.12.15

Hasta la próxima vez mi viejo karma III

Sí, vos. 

Me gusta que hablemos sin decir nada. Que nos digamos cosas en realidad hablando otras, que sobreentendamos constantemente, que demos por hecho que el otro comprende lo que queremos decir detrás de algún comentario sin aparente tensión de besos. Me fascina que no haga falta ser explícita para comunicarte que me muero por chaparte, por que me toques, por sentirnos. Pero lo que más adoro es ese porcentaje de duda, de si estamos refiriéndonos a lo mismo, de que tal vez vos en serio sólo estés hablando de esa canción y en realidad nada tenga que ver conmigo; de que finalmente nuestras conversaciones sean mucho más básicas y líneales de lo que yo creo; de que quizás no haya metáforas ni símbolos sino comentarios llanos. Si no hubiera duda, sería también lineal. La gracia es esa inestabilidad. Entre sobreentendernos y no entendernos nada. Con esos comentarios que de repente me descolocan y me hacen sentir que hablábamos de dos cosas distintas.

Me divierto. No sé qué haría sin eso. Tal vez tendría el alma y la mente libres para alguien que tenga los sentimientos y los huevos como para decirme todo y dejar de jugar a dar las cosas por hecho. 

Vencés el 31 de diciembre de 2015. Hoy lo siento así. Te amo (!), pero vencés. Me encantás, pero vos nunca me vas a decir un carajo. Y perdoname, pero sin palabras no hay nada.

15.11.15

Al lado del camino

Hoy estoy en esos días en los que quisiera salir de mi cuerpo por un rato porque no me soporto. Creo que no se puede vivir en un mundo de contradicciones, sin embargo estoy hace más de 20 años acá adentro. Me muevo como si todo me chupara un huevo y lo que pasa después de esas acciones tan "no me cabe una" termina haciéndome como el orto. Hago y deshago como si nada, con la frente alta y sobradora, porque soy moderna y nada me afecta, porque estamos en el siglo 21 y si tengo ganas de algo, voy y lo hago bien "no me importa nada". Ja. Show. Lindo, simpático, atractivo, pero SHOW. Mentira. Al otro día estoy llorando en los rincones, mientras que todos esos a los que involucré en mis embaladas están bien tranquilos. Porque no solo no soy "no me importa nada", sino que soy "me importa todo, y mucho".

Entonces no salí de mi cuerpo, pero sí de mi casa.

Umbral. Una palabra que se usa poco, aunque creo que no hay otra forma de llamar a ese escalón que tienen algunas puertas de entrada. A veces, cuando la digo, pienso que no me entienden bien. Yo la empecé a usar para tardes como las de hoy. Tardes que la mejor manera de aprovechar es sentándose a mirar. Nada puntual. Todo.

Gente apurada, gente que tal vez no sabe dónde ir, pero su paso no deja de ser firme y apresurado. Como si quedara mal no tener un destino. Como si fuera ilegal "salir a caminar" sin ser un hombre de 65 años con un infarto en su historia clínica al que el médico le recomendó caminar 30 minutos diarios. Y a paso rápido, ojo. No sea cosa que quede como que no se está dirigiendo a algún lugar. Porque nadie espera que ante un "¿a dónde vas?" uno responda "a ningún lado".

Por eso no usan mucho la palabra "umbral". Porque sentarse ahí tiene mucho de parecido con ir a ningún lado. Respirar bien hondo, tocar a un perro que se acercó a olfatear, escuchar las frenadas de colectivos, enceguecerse con el sol. Ver gente. Apurada. Aunque quizás vaya a ningún lugar, donde no pasa nada si llegás tarde.

Hoy me senté en un umbral y a diferencia de mucha gente que lo hace, no estaba esperando nada. Y así, sin darme cuenta, un poco me fui de mí. Lo peor fue cuando tuve que volver. Lo único que se me ocurrió fue escribir porque también un poquito me escapo en palabras.

24.10.15

Yo no buscaba a nadie y

Me gusta el lado de la ventana porque te puedo ver. Porque te encuentro en las flores recién salidas, porque aparecés en la tierna mirada de un labrador chocolate o por ese auto que se parece al tuyo.

Elijo la ventana porque es un lugar en el que te tengo. Ahí, en el nombre de la calle o en un grupo de varones. Mirá, allá va uno con tu barba; y ese otro tiene tu corte de pelo de Otamendi descuidado. Y ahí pasa otro, ¿lo ves? Con tus zapatillas preferidas y un andar muy tuyo. 

Me siento acá, en la ventana, porque se hace más real la música que estoy escuchando. Porque el paisaje de ciudad intensifica lo que oigo y claro que estás en los temas que especialmente elegí para esta ocasión.

Mirá si me voy a ir de la ventana si hasta siento que puedo escribirte a vos, en segunda persona, como si fueras la hoja o la lapicera o la tinta o incluso mis propias manos. Que igual, lo sabés, serían tuyas si las quisieras.

Pero en un momento paso del otro lado de la ventana. Desde acá ya no te veo, pero algún otro viajero nostálgico ve en mí a quien lo desvela; tal vez por mis Vans gastadas o las uñas coloridas. Está bien. Creo que el tiempo perdido es el rato en el que ni sentimos ni hacemos sentir. Hoy tampoco voy a lavar las zapatillas. 

17.10.15

El diablo de tu corazón

El bombón diabólico me mira con cara de "esta canción me la dedicás". Y se sonríe con goce. Algunas veces hasta me lo dice: "con este tema pensás en mí, ¿no?". Y quedaría asquerosamente engreído si no fuera asquerosamente real. 

Seguramente sea demasiado obvia (pasar por adelante suyo justo cantando en voz alta esa parte es infantil y patético). Porque sino es raro. Es decir: yo no me pongo a escuchar canciones pensando si me la dedica alguien que no me interesa. En algún punto, doy vueltas por su cabecita. O eso me gusta creer; y cuando uno escribe, crea un mundo. Entonces acá, en estas palabras, él también me invoca en esos estribillos.

Una cosa es segura: ama que yo tenga curiosidad de saber cómo es que él besa, y yo amo que él lo ame, aunque (o más bien "porque") me confunde. Es que a veces es tan lindo estar confundido. Por lo pronto, es mejor que nada.


Pero cada tanto pasan de esas cositas de mierda que me hacen dar cuenta de que en los únicos lugares donde es mío es en mis textos y en las canciones en las que tan evidentemente lo proyecto. Y que yo lo proyecte simplemente le divierte, como el mismísimo demonio goza al elegir a quién va a llevarse para abajo y al verlo arder. Sólo que yo canto y sonrío enamorada mientras me estoy carbonizando. 

29.9.15

Seguí soñando II

Escribí que era una linda noche para acostarse imaginando cosas que no iban a pasar nunca y te pedí que no te durmieras porque te quería a vos en esos pensamientos. Te lo pedí en un tuit sin dueño. Te lo pedí sin esperar a que te sintieras tocado ni accedieras porque no necesitaba tu consentimiento: por suerte todavía se puede alojar a alguien en la cabeza sin pedirle permiso.

Pero entonces de repente estamos en un auto, no sé bien de dónde venimos. Los sueños tienen eso de siempre haber empezado antes de lo que tenemos noción (como los amores y las buenas anécdotas). Vamos los dos atrás, uno en cada ventanilla, y en el medio viaja Luli. Nada pasaría entre nosotros si estuviéramos al lado, pero igual tengo esa bronquita de no poder estar friccionando nuestras pieles, imaginando intenciones tuyas en roces casuales, jugando con ellos, creándolos; bailando con el límite a propósito-casual; queriendo (como siempre) que te des cuenta pero no.

De pronto bajamos del auto en la mitad de la ruta y revoleamos un coche viejo al río. A ninguno le parece raro, peligroso o fuera de lugar. Después volvemos a subir: esta vez me avivo y me siento en el medio. Ahora te tengo a mi derecha. Acá pierdo la cronología de los hechos. Apoyo mi mano en tu pierna sin "sin querer" que aguante, vos ponés la tuya sobre la mía y con un dedo la mimás. Yo te imito. Confirmo lo que pensaba: con sólo un dedo podés alterarme cada célula del cuerpo y cada rincón del alma.

Te cuento que soñé con vos, que sí me acuerdo qué, y que perdón por soñarte así, por robarte de sueños de otras para siempre tenerte en los míos. "Perdoname vos a mí por hacer que me sueñes", me respondés, y casi te digo que no tenés por qué disculparte hasta que caigo en que sí, que claro que es tu culpa que te sueñe, porque vivís sembrando en mí semillas que jamás regás por lo que solo florecen cuando duermo.

Me invitás a un bar donde vas a ir con tus amigos y yo cambio todos mis planes para ir, armo un quilombo bárbaro, pero voy; entonces desaparecés, y llego al bar y no estás, y me despierto antes de comprobar que no vas a venir. Hay olor a siesta, claro, otra vez todo pasó en mi inconsciente. Una vez más deseo que la vida tuviera un poco de eso de los sueños: tengo ganas de encontrarte de casualidad, encajarte un beso y que no te alborote, así como hace un ratito revoleamos un auto al río y nadie se escandalizó.

15.9.15

Dolina colectivo

Levanto la mirada del texto: calle Gavilán. Me tengo que bajar. Estoy a punto de tocar el timbre pero me percato de que ya lo hizo un pibe. De traje, pero le digo "pibe" porque es de esos que te das cuenta que odia usar traje y que incluso recién empezó a hacerlo rutinariamente hace algunas semanas. 
- Excelente libro - me dice.
- Sí, mal - respondo. Incómoda porque me doy cuenta de que es la escena perfecta; incómoda porque estoy segura de que se animó a decirlo porque se baja en esta parada, pero no sabe que yo también. 
- ¿Recién empezás? 
- Sí. Y me encanta.
El colectivo frena, me impongo para bajar antes por las dudas, como para que no haga ni diga nada raro porque yo también me bajo acá. Porque en una anécdota de amor, digna de este libro y del barrio de Flores del que cuenta (donde justamente estamos), seguro él me sorprende con algo. Pero no, todavía puede ser mejor: nos bajamos en el mismo lugar.

"Chau, suerte", le digo, mientras camino para un lado y él, para otro. "Chau", me contesta, con una sonrisa. Y me voy, a los brincos, con un amor seguramente ovacionado por los Hombres Sensibles y asquerosamente ignorado por los Refutadores de Leyendas. Convencida de que acabo de terminar una historia que jamás empezó, y con esperanzas de que el pibe de traje que odia los trajes me quiera encontrar como Jorge Allen a su primera novia. No porque quiera que lo logre... solo porque eso hace más dulce y significativa a esta crónica del Ángel Gris jamás escrita. 

13.9.15

Pena barata

Yo pensaba que era la dueña de las escenas más tristes, tirada en la cama llorando en la oscuridad de mi cuarto, con una canción triste de fondo... lo creía hasta que lo vi. Estaba sentado en la cocina frente a una tele que miraba sin ver. Estaban dando una repetición de Casados con Hijos y el ambiente estaba totalmente iluminado por el sol que entraba por las ventanas. Hacía calor lindo de septiembre. Pero él lloraba desconsoladamente. Con los reidores de fondo, con ese día hermoso, en la cocina, sentado bien erguido en la silla de la mesa como si estuviera jugando al truco o por comer. Todo digno de un día normal, bastante agradable y banal por cierto, pero, eso: las lágrimas. Caían como cataratas sobre su cara desolada, y no digo "cataratas" solo porque salían como chorros, sino porque parecía que no iban a frenar nunca. 

Había estado angustiado todo el día. Además estaba disfónico y tenía ganas de vomitar. Pero no le salía nada. Ni el llanto, ni la voz, ni vomitar. No había decidido si entregarse a la tristeza con música acorde o pelearla con Los Auténticos Decadentes o algo así. Por eso había dejado Casados con Hijos. Pero no estaba prestando atención. Él mismo quería creerse la escena: algo gracioso en la tele, clima ideal, luz. Pepe Argento, primavera, sol. Una postal llana pero agradable. Pero no.

Le preocupaba la voz y el estómago, pero más la tristeza. Porque la voz la tenía así por los goles que había gritado hacía un rato -y por la gira-; las ganas de vomitar eran por lo que había tomado la noche anterior y el almuerzo pesado que se había mandado; pero de la tristeza no tenía idea. Aunque la reconocía bien. No la entendía pero la sentía. Ahí. Ahorcándolo desde adentro del cuello. 

Quizás por eso no podía llorar. Y así fue como pudo cuando dijo: "me quiero desarmar en alguien". Sí, "dijo". Porque aunque estaba solo lo pronunció en voz alta. Y fue al escucharse que se quebró en llanto. "¿Hace cuanto no me desarmo en un abrazo? Llorar un hombro, aflojar los brazos, gritar, decir no puedo más. Que el otro me sostenga firme, que me diga no pasa nada. Llenarlo de mocos y que no le moleste, y que a mí tampoco me incomode. ¿Hace cuánto no tengo en quién desarmarme?". 

A medida que hablaba, lloraba un poco más. Porque se escuchaba, como si no fuera él, pero sí era, entonces más lágrimas, así hasta que vomitó. Después la voz se le había ido por completo y aunque hubiera querido seguir describiendo su desconsuelo, no habría podido. Fue así que se entregó a Pepe Argento, mientras las lágrimas se secaban solas. No había solucionado nada, pero mañana seguramente concluiría que había exagerado y seguiría como un idiota en el camino de los muchos vínculos superficiales y nadie en quien desarmarse. Es más fácil eso que hacer recalcular al GPS.

30.8.15

Seguí soñando

Lo escribo porque no me lo quiero olvidar. Lo escribo porque estando en palabras se hace un poco más real. 

Me acosté esperando que pasara algo en relación a él (llamémosle Rey), cosa que no tenía sentido, porque nada podía suceder en esa situación. Pero me dormí así, pensándolo, como tantas otras noches (aunque ya era de mañana). Antes de entregarme a mi inconsciente escribí: "te sueño y es tan perfecto que asusta". Y no es tan mágico, porque dicen que en los sueños aparecen cosas que suceden o que pensamos en el transcurso del día, así que como esperarán que diga: soñé con él.

Que no es cualquiera. Atrayéndonos y rechazándonos como hace falta, así como escribió Cortázar, nunca pudimos terminar de empezar. Nunca nos dijimos cosas lindas -con palabras, pero sí con los ojos y las manos-, jamás rozamos nuestros labios ni por asomo -pero sí en mi mente y juraría que en la de Rey también-, disputamos temas serios y nos matamos a los gritos por nimiedades, nos criticamos a nuestras espaldas pero siempre concluyendo cara a cara porque nunca nos traicionaríamos así. Pero, como decía, jamás nada. Para todos, nada. Para mí, todo. Para él, no lo sé bien (y ni aunque lo viera todos los días lo sabría porque es perfecto en no darme certezas -y en todo-).

Entonces, contaba, soñé con Rey. No sé bien qué pasaba. Peleábamos, o tal vez simplemente yo había discutido fuerte con otra persona, pero estaba triste y enojada, en el rincón de una plaza, sentada como hecha una bolita, resignada a llorar y a indignarme más y más. En eso llegaba él. Acelerado, con bronca, harto. Sí, la discusión fuerte había sido con él. Y con toda esa ira, con todo lo que hace que no podamos estar juntos, con más enojo todavía porque "encima la enojada era yo", me levantó del piso y me besó. Me besó con furia, pero no esa furia de novela que se torna sexual enseguida o nunca cuadran bien los labios. Con furia de vida real, con furia desquitando odio por la pelea, y por los obstáculos, y por todos los besos no dados. Con furia exhalando bien fuerte sobre mí, con furia absorbiendo mis lágrimas y transformándolas en más furia que se transformaba en besos. Furiosos pero suaves. Furiosos pero destilando ternura. Furiosos por haber llegado tan tarde. Furiosos por haber estado tanto tiempo encerrados. Y furiosos porque para él me había comportado como una imbécil.

Con furia, con odio, pero suaves. Hermosos. Perfectos. Soñados. Literalmente. Porque después me desperté y tuve esa sensación rara que se tiene con los sueños lindos, de haberse sentido tan bien pero en realidad ser todo una mentira. Porque no solo ese beso no existió, sino que tampoco todas esas ganas acumuladas. O al menos no lo sé.

Rey, vos, cuando te cruce, que ojalá sea pronto, te voy a decir "soñé con vos". Y cuando me preguntes qué, te voy a responder que no me acuerdo. Por esa tensión linda. Para seguir sumando a esto que pasa entre nosotros dos, al menos en mi almohada.

28.8.15

Viernes

Es viernes. Amo los viernes porque para mí significan que todo puede ser. Son promesa de cambio, y no es que esté mal con mi presente, pero los viernes tienen ese no-sé-qué de que ese fin de semana SÍ. No sé qué cosa SÍ, pero el viernes jura que algo va a pasar. Algo grande. Algo diferente. Tampoco es que uno anda queriendo que le cambie la vida, pero es como si sí. El viernes se siente como si sí.

El viernes es, técnicamente, el quinto día de la semana. Para mí es el primero. Porque sólo de la nada es que se puede crear absolutamente cualquier cosa. Es la expectativa. Es infinidad. Si fuera un número sería periódico. Si fuera un sonido sería ese pi que se escucha en la oscuridad más silenciosa. Y creo que no hay muchas más cosas así de infinitas como el viernes, y el pi, y los números periódicos, así que no voy a subestimarlo con otras comparaciones.

Para los japoneses y los coreanos, el viernes es el "día del oro". Los corrijo, señores con ojos chinos (sí, así de ignorante): es el día de salir a excavar a buscar el mineral más preciado. Pero quienes le dan el nombre al viernes son los griegos, por Venus. La diosa del amor. Sólo voy a atar cabos y decir que para quienes se desesperan por encontrar al sentimiento ese del corazón rojo al cual Venus representa; el viernes es la esperanza de que aparezca. Por la noche, o a la vuelta; entre tragos o en un colectivo; quizás el sábado o el domingo; pero es el "quinto" día de la semana el que lo promete, el que lo advierte, el que lo anuncia. Y el que la mayoría de las veces... miente.

Y aunque la mayoría de los amores sobre los que escuchamos todos surgieron un lunes, o un martes, o un miércoles, ahí va el tontito, soñando un viernes. Y despertando con una pesadilla (todo sin  la necesidad de dormir). Porque seguramente el sábado y el domingo tengas que cargar con un nuevo hoy tampoco. Y van...

23.8.15

Qué garrón

"Qué garrón", pensé cuando los vi desde el auto ahí, echados en el verde al costado de la autopista. "Qué paja que ese sea su plan de domingo", seguí hablando conmigo misma. Mientras me dirigía a no importa dónde, bastante rápido, en el coche de Nico.

Seguimos por ahí media hora más y a cada rato se veían grupos de personas disfrutando del último día del fin de semana en esos pastos. Algunos jugaban al fútbol, de todas las edades y mezclados, y en un grupo se veía, perdida entre ellos, una chiquita con dos colitas intentando estar a la altura de los varones. Otros tomaban mate, comían y charlaban; unos pocos parecían hablar seriedades; el resto, de esas nimiedades que divierten. También estaban los que tomaban sol, desde el mismísimo cesped o una reposera. Porque sí, el clima estaba hermoso, lo recordaba de cuando me había subido al auto.

Porque, cierto, yo estaba en la autopista, apurada por llegar. Mientras tanto, uno que acababa de meter un gol en el arco que había armado con dos buzos, pensaba "qué garrón andar apurado en auto un domingo así de lindo".

18.8.15

En el cuello sí

"En el cuello no, en el cuello no", pensaba mientras se iba acercando con su boca a un rítmo lentamente excitante. Claramente podía frenarlo, pero ¿por qué? Si en realidad me fascinaba. Lo que me limitaba era esa puerta que se abre con los besos en el cuello, esas ganas que tenía miedo de tener. Esas ganas de que me conociera toda, aunque en realidad, de alguna forma, no hay lugar más íntimo que el cuello. "Entonces en el cuello sí, dale", pensé, aunque ya no tenía opción. Y me entregué, hasta que los escalofríos fueron tales que moví la cabeza hacia un lado, como sacándolo pero con obvias intenciones de que volviera, porque quería hacerle saber que eso me encantaba, y todavía más porque parecía que a él le fascinaba también.

"Sos adictiva", me dijo al despedirnos. Yo ya le había dado el último beso e incluso empezado a caminar, pero volví y lo besé otra vez, como para darle esa dosis final y que terminara de confirmar que yo era su droga preferida. Me fui comprendiéndolo, porque yo tenía esa exacta sensación: ¿cómo no nos iba a viciar sentir al extremo y generar lo mismo en el otro? Fuera cual fuera el que desencadenara al otro factor; de que los dos teníamos los sentidos al límite no había ninguna duda. 

No podía parar de respirarle sobre el cuello. No solo tenía el perfume más rico que había sentido en mucho tiempo, sino que en su piel quedaba mejor que en cualquier otra. Hasta ahí llegué con besos, después pasé apenas la lengua, hasta que volví a comprobar que los perfumes son ricos para oler pero no para chupar. Entonces me quedé ahí, respirando, exagerando mi exhalación para lograr estremecerla. En eso torció la cabeza para un costado percatándome de que mi objetivo estaba siendo cumplido. Le había erizado todo el cuerpo, y saber lo que le estaba generando me gustaba tanto o más que su piel, su perfume y todos mis sentidos sobre su cuello. Que, pf, eso ya me volvía loco.

"Sos adictiva", se me escapó cuando nos saludábamos. No quería decírselo, pero como una droga no pude evitarlo; no podía evitarla a ella, a sus besos, a su piel, a su perfume. No la quería dejar ir. La quería más y toda, aunque durante mi batalla pacífica con su cuello ya la había sentido perfecta y mía. Pero no me alcanzaba, y con el tiempo supe que nunca me alcanzaría. No porque a ella le faltara algo, sino porque a mí siempre me iba a faltar ella. 

21.7.15

Al menos me brilla el costado

El clima era sumamente hostil. Nicolás sabía que la lastimaría y Belén, que sería lastimada. Ya se imaginaba a sí misma yéndose llorando, y él intentando frenarla con esos mimos de consuelo pero sin arrepentimiento alguno. Él siempre estaba dispuesto a pagar cualquier precio por hacer lo que quería, y más si el dinero era dolor ajeno. 

Era una vez más de tantas. Ese living con luz demasiado blanca, afuera el cielo gris y lluvioso, frío en todos lados. El escenario típico de esos finales que no terminan nada. Porque no eran nada, nunca lo habían sido. Sí en las charlas de ella con amigas, en sus escritos en word, en sus tuits, en sus noches de desvelo. Pero nunca en Nicolás, y él jamás había tenido problema en que ella lo tuviera bien claro. "No somos nada, eh". Como quien dice "¿cargás SUBE?".

Fue entonces que la miró a los ojos y empezó a hablar. "Belu... No te va a gustar lo que te voy a decir, pero vos sabés, yo voy de frente", dijo, orgulloso de la frase final, que en realidad encubría un egoísta afán de lastimar a las personas sin escrúpulos. Nicolás no conocía la palabra "culpa", y hacía trending topic el "voy de frente". "Suena bien, pero se siente mal", había escrito Belén alguna vez.

Entonces ella lo miraba, ya con los ojos llorosos como por las dudas, toda chiquita (más allá de su metro y medio, estaba chiquita de voz, de fuerza, de amor propio). Callada y sin moverse, solo con los ojos, entregaba su roto y averiado corazón. Así, de antemano, antes de que Nicolás dijera algo significativo. Lo daba porque nadie cuida algo que ya está todo despedazado. Lo daba porque no conocía otra manera de mirarlo. Lo daba porque ya se lo había dado hace mucho. Lo daba porque ya no tenía opción. 

Nicolás continuó: "...que para mí esto ya está, me cansé, me aburrí. Sos parte de mi pasado". Belén cambió la expresión de repente. Frunció el ceño e inclinó la cara para un costado. El otro, en consecuencia, hizo lo mismo. Esperaba pedidos de volver a pensarlo, lágrimas, tal vez gritos, una escapada rogando que él la buscara, otra cosa. Algo que siguiera mimando su ego. Pero nunca hubiera imaginado que ella lo miraría con esa cara, y menos que menos que después sonriera como lo hizo. Exhalando por la nariz, comprendiendo, aceptando, coincidiendo. Para más sorpresa, le dio un beso en la mejilla y se fue.

Al llegar a su casa, seguía con la misma sonrisa. Abrió un word en su computadora (un archivo nuevo) y escribió: "si soy parte de su pasado, soy parte de él. Fui. Soy. Y ahora que sé que soy, también sé que ya no quiero ser". Así fue como apretó la cruz de la esquina y cuando le preguntó si quería guardar los cambios ella eligió la opción no guardar.

9.7.15

A la Luna llegaron varios

Después de vasos de todas las formas y colores, bailes ridículos y charlas sin sentido, Luna entrega su corazón en una cama. Una cama desconocida, una cama que lo pierde entre las sábanas porque el destinatario no se preocupa en atajarlo. Por momentos ella jura que hay una mirada especial, por momentos ella se siente amada entonces eso la hace amar. Al otro día (recién cerca de la noche) descubrirá que no, y que como siempre en ese tipo de noches todo terminó sin terminar, dejando a los dos sin entender cómo fue que entre tanta pasión se atrevieron a quedarse dormidos.

Se despierta, esquiva besos porque no se lavó los dientes. Besos con fin, besos para acabar lo que no se concluyó algunas horas atrás. A Luna no le gusta la mañana, así que sigue evitándolos con una simpatía inmensa que ya empieza a no tener. De repente él se resigna, o tal vez ella, pero ya nada los une. Con ese terror del "que quiera que me vaya y no se anime a decírmelo" y con ganas locas de que la frene, anuncia su retiro. Ni "no te vayas", ni "te llevo", ni "¿cómo te vas?". "Te abro". Se despiden con un beso en la boca y Luna se va. Vestida de noche, de luna, pero a plena luz del día. A contratiempo.

Pasan las horas del día, tiene sueño, claro, casi ni durmió. Andá a saber a qué hora les ganó el sueño y a las 11:30 ya estaba despierta, esperando a que el otro hiciera lo mismo para que pasaran todos los actos seguidos que sabía que pasarían. Con la llegada de la noche la invade una sensación que niega pero que en algún momento, a eso de las siete de la tarde, ya con la luna en el cielo, asume. Le pesa, le duele, no la entiende. Si no hizo nada mal, ¿por qué sentir culpa? Tal vez porque dejó un corazón en la cama de un muchacho que no quiere tenerlo ni ella que él lo tenga. Y no lo puede ni buscar porque no sabe la dirección.

16.6.15

Mi sueño es ser feliz

Soy una abanderada de disfrutar el momento. No, en serio. Te lo digo de verdad. Sacando lo trillado de "lo único que tenemos es el presente" y "disfruta el hoy porque el mañana no existe". Literalmente lo único que me interesa es estar bien AHORA. Algunos pensarán que es inmaduro y hasta retardado: en Psicología o Filosofía aprendí que una de las tantas cosas que nos diferencian de los animales tiene que ver con poder prever, con asegurar un bienestar futuro. Seré un animalito, tal vez.

Lo que creo que debo, los que otros creen que debo, lo que siento que es correcto, lo que me parece, lo que me gustaría, lo que queda bien; todo eso está por debajo de lo que me hace feliz. Vivo tratando de eliminar toda cosa que me hace mal, por más pequeña que sea. Molesta, vuela. Incomoda, lo rajo. Me da paja, chau. ¿Por qué tengo que tener cosas en mi presente que no tengo ganas de tener? ¿Por qué pudiendo estar increíblemente bien tengo que estar más o menos? Porque no hay que estar mal para eliminar lo que nos hace mal. No hace falta llegar a eso. Yo vivo puliendo mi felicidad para que esté en su punto máximo posible todo el tiempo.

"Qué huevos que hay que tener para dejar todo por un futuro mejor"... Ja! Me río en sus caras. Los aplaudo, sí, es meritorio. Pero HUEVOS lo que se dice HUEVOS es lo que hay que tener para abandonar cualquier construcción de un buen mañana solamente para ser feliz en un hoy. ¿Y saben quién pone huevos? La gallina. Un animalito.

Cuando me preguntan "¿cuál es tu sueño?" me pongo bastante histérica. No tengo ni idea qué quiero, o mejor dicho sí, lo que no sé es cómo. Pero mi sueño es ser feliz. Y lo cumplo un poquito todos los días. Si siempre va a estar más allá, no tiene sentido.

25.5.15

Tengo el cerrojo en la cintura

Hace bastante que tengo ganas de escribirte, y ni con la certeza de nunca enviarte esto logré que las palabras me salieran como quería. ¡Es que es tan lindo lo  que me brota con vos! Y cualquier intento de ponerlo en letras me parece muy pobre.

Un segundo de tu mano en mi cintura me da horas y horas de soñarte despierta. Suena freak pero solamente es muy Cris Morena (lo cual también es criticable, lo sé). Cierro los ojos, o miro la calle de noche desde el colectivo con auriculares puestos, o me siento en un balcón (experiencia que me genera más cosas que a la gente que vive en edificios porque no tengo balcón en mi cotidianeidad) y te pienso. Armo como un rompecabezas con situaciones reales y otras hipotéticas. Mi escena preferida es esa en la que lloro con una angustia totalmente justificada e inmensa y me consolás con un beso húmedo que rebalsa ternura. Nunca me sale imaginar lo que pasa a partir de ahí, supongo que porque si me baso en Cris Morena empezaríamos una relación y ya pienso en rutina y mariposas en la panza muertas y no más piel de gallina ni escalofríos. -Ojalá esté equivocada-

Y entonces resulta que el destino nos vuelve a cruzar y tengo que saludarte como si en mi cabeza no te hubiera chapado con un amor indescriptible; como si no supiera que esa mano en la cintura (sí, de vuelta, porque hacés todo bien) es la nafta para otro montón de recuerdos que no pasaron; como si no deseara un balcón o un colectivo de noche o un rato con los ojos cerrados solamente porque son los únicos lugares y tiempos en los que te tengo tanto aún no teniéndote nada.

9.5.15

Pont des Arts

Páginas amarillentas, inscripciones en lápiz, olor a que otros ojos ya pasaron por ahí. Leer un libro ya leído y marcado por alguien me hace entrar en un diálogo con ese alguien. Lo quiero, me río, charlo, pienso por qué marcó esa frase; difiero o avalo. Converso. Conozco una de sus partes más puras, porque nadie piensa en el segundo lector a la hora de marcar "paralelepípedo" y anotar, al lado, "jaja". Y, en el mejor de los casos, se arma una relación triangular: escritor-primer lector-segundo lector. Ay, este Cortázar que se las manda. Y ¡Ay! Esta Valentina que no se las deja pasar. 

28.4.15

En sus manos

Como tantas otras veces encontró una excusa para no estudiar. Sacó esmaltes de un estuche y los apoyó arriba de las fotocopias sin cerrarlas. Mientras se pintaba las uñas pensaba si la mayoría de las mujeres compartiría su lógica: pintarse primero la mano hábil (es decir, usar la no hábil) para sacarse de encima la peor parte. En su caso era comenzar coloreando la derecha. Además le parecía mejor que la incomodidad posterior de pasar el pincel con las uñas recién pintadas fuera con la mano buena, para que no se haga demasiado desastre. Lo pensaba siempre desde que lo había pensado por primera vez (antes lo hacía sin cuestionarse, probablemente empezando con lo más fácil, con algo de esa actitud infantil de considerar sólo el ahora).

Recordó que una vez, a los 4 o 5 años, o quizás 3, estaba en una quinta con su familia y le compraron un helado. Era palito, mitad frutilla y mitad chocolate, dividido verticalmente. El sabor rosado no le gustaba, pero sí el oscuro (y muchísimo). Entonces con algún análisis extraño para una niña eligió tomar el de frutilla para luego disfrutar de su preferido. Así fue como chupó sólo un costado del helado y por lógica, gravedad, física o química; justo cuando absorbió lo último frutal que quedaba y todo el resto era puro chocolate tentador, éste pedazo se desprendió y cayó al piso, dejándola sosteniendo un seco y desolado palito.

En ese instante se pintó toda una cutícula y un poco más, a pesar de que ya estaba usando la derecha. Fue entonces que con la mitad del dedo índice con esmalte y dos uñas sin pintar agarró el celular y llamó a su papá.
- Quiero dejar la facultad. No, pará. Dejo la facultad. No, no, pará. Dejé la facultad - le dijo, sin permitirle responder, ni suspirar, ni respirar. Y cortó, con violencia, despintándose un par de uñas en la vorágine. Pero no le preocupó. No ese día, y desde entonces nunca más.

Primero lo primero. 

1.4.15

Vamos

Haceme canción, o cuento, o gol. Haceme lo que a vos te apasione. Haceme eso que sentís que te sale bien. Haceme eso que sentís. 

Convertime en aquello que te llena, que te encanta, que te enamora. Y si es en secreto, si nunca me entero, mucho mejor. Porque ni siquiera lo vas a haber hecho para impresionarme. Vas a haber deseado tenerme, solamente para vos, ahí, a la altura de tu acción preferida en el mundo. 

Ahí gané, y te juro que no lo voy a querer destronar. Me vuelvo loca por cantar, escribir o meter un gol con vos. O hacer lo que sea que te apasione. Aunque lo hagas mal o sea algo no poético. Si es lo tuyo, si lo amás, dale, vamos. Rompamos heladeras, matemos mosquitos o hagamos ring-raje. Lo que sea.

Yo, mientras, acá, te hice texto. Lo que me apasiona, lo que me sale, lo que se me escapa. A vos, pibe sin cara. No sé quién sos, pero ya ganaste. Te espero para escribir juntos cuando quieras. 

8.3.15

SolDía

Suena "Ya pasó". Estoy acostada en la cama, con la notebook, boca abajo, con los sentimientos a flor de piel y los dedos fluyendo sobre el teclado tratando de dejarlos escapar porque sino me asfixian. Una suerte de Carrie Bradshaw del tercer mundo. Con más kilos y menos zapatos. Y sin fumar porque mis papás no me dejan.

Los domingos hacen que me mire los pies. ¿Dónde estoy? ¿A dónde voy? ¿Qué hago yo esperando un puto as? Sigo en zapatillas, y eso me alegra. No sé bien a qué lugar me dirijo pero voy convencida, como si supiera. Ya no espero la carta ideal, y tampoco sé de cartas de póker, la verdad. Me chupa un huevo el as, digo truco con un doce y que pase lo que tenga que pasar. 

No me veo las uñas de los pies (ya dije, estoy en zapatillas) pero igual me las cuestiono: es domingo, me voy a plantear hasta lo que no exista. Las tengo alternadas, una verde y una negra, y así. Ya a punto de saltarse. Todo sigue igual de bien. 

Pero de repente pienso que tal vez debería estar en tacos, y tener todas las uñas del mismo color y recién pintadas, y aprender de cartas de póker, y cual GPS tener la noción exacta de a dónde camino. No sé. Si estuviera convencida, no sería tan domingo. Porque hay domingos y muy-domingos y claramente hoy sobra. Desborda. Por eso se me escapó de los dedos y ahora está en estas palabras. Capaz así lo tenga menos en las entrañas. 

27.1.15

Yo tan porteña, vos tan el mar

Siempre estás ahí, esperando a que te visite. Ni tan cerca como para que te vea seguido ni tan lejos como para que te pueda dejar. Firme, intenso, igual, único. Y yo igual a tantos otros, débil, cambiante, nómade.  

La que elige soy yo. Yo voy y vos me esperás con los brazos abiertos. Pero eso no me hace más poderosa porque si no me sumerjo más seguido es porque estás lejos. Porque somos distintos. Porque tengo miedo de tener ganas de no volver. Porque tenés todo lo que quiero y no soy.

Sos paz y a la vez, un vaivén constante. Sos la calma que mi rítmo de ciudad necesita y el rítmo de ola tras ola que mi uniformidad urbana pide a gritos. Y sollozos. Porque yo levanto la voz, lloro, pataleo; soy escándalo. Y vos ahí, como si nada te inmutara. Alrededor pasa de todo y vos siempre tan igual. 

Y, al final, creo que ni te conozco. Apenas tengo un poco de orilla, porque siempre te encargás de expulsarme con tus olas, de que no te sepa bien el fondo, de que me canse. Con suerte, los días de bandera celeste puedo sumergirme un poco más. Pero sos inmenso, y yo tan chiquita. Eso: te quedo chica. Pero, como todo, no te interesa. No te cambia. Ni eso ni nada. 

Entonces me vuelvo a la ciudad, a mi mundo, a mi vida. Con la angustia de que me voy sintiendo que me falta algo mientras vos seguís como si yo nunca hubiera pasado. Me subo al auto y pienso que te parecés al mar, con la diferencia de que vos das unos besos que me encantan y vivís a algunas cuadras de mi casa.