porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

8.11.14

Dejalo así

No podíamos. No daba. No estaba bien. Pero venía acumulando ganas desde hacía muchísimo tiempo, y no era calentura, era mucho más que eso. La incluía, obvio, me moría de ganas de conocerle el cuerpo con los ojos, con las manos, con la boca; pero además tenía ganas de saberle las dudas, las flaquezas, las fragilidades; esas que ese hombre adulto y duro jamás exteriorizaba. Me gustaba todo lo que sabía de él, lo que veía, lo que me enteraba, lo que suponía, lo que imaginaba. Quería conocer más para terminar de enamorarme. O empezar.

Necesitaba dos instancias. Primero un mesa de un bar, con una cerveza que después fueran dos, o tres, y una charla hasta desnudarnos con palabras. Segundo, una cama. Sin un orden determinado. Sin embargo, entendía que él sabía que no correspondía. Ninguna de las dos cosas. Porque una, fuera la que fuera por la que empezáramos, iba a llevar a la otra. Y tal vez una sola de ellas no hubiera implicado una complicación, pero sí las dos, porque de ese combo no es fácil volver.

Igual, yo no quería volver. No en ese entonces. Pero, como siempre, tenía miedo de mí, miedo de ese miedo a cuando todo sale bien. Porque ahí es cuando yo empiezo a salir mal.