Encontré un cuento que escribí en el 2009, en una clase de geografía de tercer año.
"Después de mucho intentarlo, abrí los ojos. Estaba rodeado de cables, todo enchufado, encerrado en cuatro paredes blancas como la cal. Y si bien mis sentidos estaban totalmente perdidos e inútiles, olía a hospital. Ese olor imposible de describir con palabras, a médico, a clínica, a familias que lloran por aquellos que no despiertan, a medicinas vencidas. Más que un olor; un clima, una sensación imposible de ignorar.
Apenas abrí los ojos pude ver (aunque de manera poco clara) a una mujer degradada que me miraba. Llevaba un barbijo y sus ojos eran tristes. No entiendo cómo, aún con mi lamentable estado, pude precibir esto último. Pero era, como el olor a hospital, imposible de negar.
- ¡Juan! ¡Juan! - exclamó éste ser. Y comenzó a llorar.
Se acercó a mí y me quedé helado. Conocía a esa persona más que a mi mismo. Era mi hermana. O había viajado en el tiempo, o algo había pasado. Pero su aspecto era horrible. Al instante entró un médico (lease: hombre vestido de blanco o celeste que sabe o finge saber salvar vidas) y alejó, violentamente, a Ludmila de mí. El doctor también llevaba un barbijo. Echó a mi hermana de la habitación y me inyectó distintas sustancias que yo, al no tener noción de nada relacionado con la medicina, no pude saber qué era ni qué efectos tenía. Lo único que sé es que me dormí, pero entre sueños, escuché algunos comentarios a mi alrededor:
- No vuelva a acercarse, señorita...
- Pero es mi hermano... por favor
- No se acerque o tendremos que prohibir las visitas. Y no se saque el barbijo por ningúna razón.
Tuve algunos sueños confusos. No pude recordar ninguno, pero todos me hicieron sentir una tristeza extrema. Una desesperanza difícil de explicar con palabras.
Tiempo después (no podría precisar si fueron minutos, horas o días), volví a abrir los ojos, con más (mucho más) esfuerzo que la vez anterior. Sólo se encontraba una enfermera en la habitación. Llevaba algo así como un barbijo gigante que le abarcaba la nariz y la boca.
- ¿Qué me pasó? - pregunté con las pocas fuerzas que tenía.
Me sorprendió escucharme. Tenía la voz cambiada, tomada, débil.
- Ahora voy a llamar al doctor para que le explique.
Esperé con ansiedad y molestia. Sentía el cuerpo cansado pero aún así, después de unos minutos, decidí incoporarme para ver si había algún indicio que indicase por qué estaba ahí, o qué estaba pasando. No recordaba qué era lo último que había vivido antes de que me internen.
Entró el médico rápidamente y me inyectó un tranquilizante. No me explicó nada a pesar de mis quejas. Quedé dormido al instante. Pero, lamentablemente, escuché algunas cosas. A partir de ahí, cambió mi vida para siempre. O mi muerte. Sólo puedo recordar palabras, extractos. Inconciente y con los ojos cerrados, pude llegar a distintas conclusiones.
Me estaba muriendo por la gripe porcina. Hacía un año que estaba internado, en coma, totalmente dormido. Me dopaban porque mi caso era mortal. Me había infectado en mayo del 2009, estaba en abril del 2010. Había muerto un quinto de la población argentina a partir de mayo del año anterior. Sólo un décimo de la población restante estaba sana. Con riesgos enormes de infectarse. El número restante estaba como yo. Muriendo. En coma. Sin saber qué pasaba. En toda américa latina había millones y millones de muertos, y más aún de infectados, a-punto-de. En otros continentes no aceptaban inmigrantes. Era entendible: estarían matándose a sí mismos. Los gobernantes y sus familias habían logrado huir del continente. Claro, ellos tenían contactos y podían. Era una anarquía con un virus dando vueltas. Un virus terrible. Todo era un descontrol. Si no me hubiera muerto a las pocas semanas de enterarme de todo lo que sucedía,
aún habiendo sido alguien que amaba la vida, creo que me hubiera suicidado."