porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

26.11.13

Hasta la próxima vez III

Como volver a ponerse la malla. En el invierno cambiaste, puede quedarte diferente; y además tampoco te acordás bien cómo te calzaba.

Lo ves de nuevo. En el invierno cambiaste, te faltó su abrazo y tuviste frío. No sabés bien en qué orden de causa-consecuencia. Pero estás otra vez ahí con él, y por un lado parece como si no hubiera pasado el tiempo; y por otro ya no te queda tan bien como antes. O como creías que te quedaba antes.

Lo bueno de la malla es que ella no puede cambiar, lo malo del amor es que complementarse es tan mágico que no sólo se necesita encontrar a esa persona en las 6000 millones que hay en el mundo (es más fácil ganar la lotería), sino que tiene que estar dispuesta a conocernos, y nosotros a esa persona, y saber mostrarnos como somos, y mantenernos así, en esa situación de enganche, de rompecabezas, de encastre. 

Quizás fue él, quizás yo, quizás nuestro alrededor, o tal vez solamente nos saturamos; pero ya no me queda bien como antes. No, no es cuestión de talle, es de textura y de color. Ahora lo siento muy gris y ya no me eriza la piel.

14.11.13

Todas las putas van al cielo

La noche anterior había habido luna nueva: la noche anterior no había habido luna. Una mancha en el medio de la noche: nada para los ojos humanos. Como todas las noches sin luna, pocos ocuparon un rato y un espacio de su mente para percatarse de ello. Las ausencias de las cosas a las que no les prestamos atención son difíciles de percibir.

Sólo se acordaron de la luna los expertos, que no pueden evitar, al final de cada día, reconocer al satélite y caracterizar su estado; y algunas canciones sonando en auriculares dispersos, aunque casi nadie los relacionara realmente con esa forma blanca que faltaba en el cielo.

La noche siguiente hubo luna llena. Puede que esto te llame la atención, pero solo evidenciado por escrito: capaz que en la vorágine del día a día ni siquiera recordás la luna una vez por semana, aunque la veas, aunque este ahí; entregada, desnuda y dispuesta a dar su espectáculo sin cobrar. Ahora te estás preguntando qué tanta atención le prestás a la prostituta gorda, blanca y barata a la que nadie le hace el amor. No es momento, y probablemente no encuentres respuesta, y menos que menos una satisfactoria.

Entonces, decía, hubo luna llena. Los expertos se desesperaron; no podía suceder, no había lógica que lo explicara. Se llamaron entre ellos, consultaron a la NASA; toda la jerga relacionada a los astros se desesperó. Vos y yo no nos enteramos porque ellos no quisieron, y porque estábamos muy ocupados mirando otras prostitutas; flacas, caras y por televisión.

Nunca más volvió a suceder. Algunos expertos se suicidaron, otros se retiraron, un grupo decidió omitir lo sucedido porque todo lo que estudiaron hubiera perdido valor. El único “civil” que se percató de la extrañeza fue un chico, que de tan triste, durante muchas noches, lo único que hacía era tirarse en un banco de plaza a mirar el cielo, fumar un cigarro y hacerle el amor a la luna con los ojos.

Un día me lo contó, ya contento y recuperado. Yo te lo cuento a vos. Decíselo siempre al que caiga en la sinrazón de la razón y necesite dudar un poco de todo. Ah, y no te olvides de que también entienda que hay que tomar menos sol y más luna.

4.11.13

En la mayor

Y simplemente pasa que tengo ganas de verte. Y es tan simple, y lo hacemos tan complicado… Y si digo “hacemos” es porque yo también soy parte de eso; entonces quizás no es tan simple. Puede que me guste más tener ganas de verte, que verte. Que disfrute la obsesión. Puede que encontrarte signifique darme cuenta que todo eso que me aseguré que iba a estar en vos, no lo esté. Capaz está adentro mío. O de otra persona. O no exista.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital mundial del desencuentro. Mucha gente, muchas calles y avenidas, cruces, más gente, apuro, choque, “uy discúlpame”, “permiso”, luces, ruido, autos, corridas, negocios, más gente, “la concha de tu madre”, bocinas, más ruido y gente y luces y autos. No hay espacio para dos personitas que simplemente tienen ganas de verse. Sólo en noches de apagón, en las que las almas en cuestión se prenden más que nunca, absorbiendo la ciudad y transformándola en frenesí.