porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

27.4.13

Gira todo lo que ves II

Música, ruido, gritos, bailes, tragos, risas. Pero yo tenía un nudo enorme en el pecho. Podía sentirlo, ahí o en las entrañas, una atadura o una pelota, algo gigante, insoportable, doloroso, pesado, eterno, inexplicable. Lo nombré “angustia”. “¿Qué te pasa”?, me dijo. Yo temblaba. “No sé”. Y me dio un beso. Dejé de sentir las manos, las piernas, la mente; sólo era consciente de nuestros labios y de él en su totalidad. No escuché más la música, ni siquiera mis propios pensamientos, ni el ruido de los besos que a veces me resulta perturbador. Dicen que fue un tiempo corto. Dicen.

Me distancié y lo miré. Sus ojos. Esos que me habían mirado tanto tiempo como una amiga, a los que yo les había devuelto la misma imagen. Esos que nunca supe si eran celestes o verdes. Esos mismos ojos, ahora me miraban con tristeza, que al tiempo supe que era simplemente un reflejo de mi expresión. ¿Nos habíamos equivocado? Yo tenía la mente desenchufada y el alma a flor de piel. Él se fue, sin decir nada más. 

Yo lloré, aunque ese nudo horrible ya no estaba más, como por arte de magia. Sin embargo se había atado otro, pero mucho más agradable. A veces lo extraño. Al nudo. No a él.

24.4.13

Pampa II

Dudo. En serio estoy dudando. No sé si me parece hermosa porque la quiero, o es realmente bella. Quizás en serio lo es. Pero, ¿será tan linda porque la quiero? Dicen que esas cosas influyen. O capaz que simplemente a mí me parece preciosa. Entonces, ¿la adoro porque me parece preciosa? Siento que aunque fuera fea, la amaría con el alma. Pero, como tantas cosas: no lo sé.

Es violentamente bella. A veces me dan ganas de estrujarla o morderla. Fuerte, pero sin que le duela, en esos lugares estratégicos en los que le sobra tanta piel que ni se inmuta. Igual, no lo hago tan fuerte, no podría jamás. 

Ladra mucho, no sé por qué. Suelo preguntarme qué quiere decir. Puede que nada, que simplemente lo haga por instinto, por aburrida, porque le pintó. Pero me parece raro. Lo hace como indignada, realmente irritada y molesta, y con esa actitud de "tengo todos los motivos del mundo". Yo digo que "no le cabe una".

Nacho dice que es igual a mí. Por atolondrada, extremadamente activa e inquieta. Aunque negra. La verdad es que sí, nos parecemos un poco, solo que yo sé por qué me indigno, irrito, molesto y "tengo todos los motivos del mundo". Lo que no suelo darme cuenta es por qué estoy bien. Supongo que a veces será simplemente por la ausencia de razones para fastidiarme y ladrar. Pero, ya hace muchísimo tiempo aprendí a no dudar algunas cosas, como por ejemplo si Pampa me parece hermosa porque la quiero, o si es realmente bella.


10.4.13

Hazte fama II

A ella ni le gusta, entonces sale a verlo muy "todo me chupa un huevo" y en pijama. A él, ella le encanta, se puso todo prolijo, un poco cheto, perfumadísimo y se hace el canchero. Con solo pasar, me sentí en una nube aromática interminable.  ¿Y si ella tiene esa personalidad, de que no le importa nada, pero en realidad sí le gusta él? No, acá en Flores no viviría un snob así. Él, entonces, es medio de barrio también. Pero de esos que caretean presunción. Bueno, capaz no.

Un cachorro ladra por allá. Un nene y un chabón cruzan la calle. El perro sigue ladrando. Un camión de basura me distrae con su bocina. Tal vez a un auto que frenó de golpe. Capaz, no.

Ella se mueve inquieta, "que se vaya por favor". El se pone en postura de "de acá no me sacan más". "Si no se arregla el tanque..", dice. Ah, entonces no le gusta ella, fue a molestarla con algo de la cloaca y esos temas vecinales. Y ella se lo quiere sacar de encima porque no le pinta poner 200 mangos. O quiere que se vaya porque después los ve el marido que ya sabe de su amorío. O que ya sabe que hay onda, mutua o no. O mutua, o unilateral. O por ahí el hombre ya se le tiró mil veces y ella no se lo banca. A él lo ratonea que ella sea así, medio fisura, de barrio. O lo ratonea que ella lo odie y por ende no le moleste salir a verlo a lo "no me importa nada". Justo pasa por acá, con la malla roja de hombre y una bata. El perro me olfatea. Creo que sabe lo que escribo. Capaz, no.

Al final, él se va para un lado, y ella para el otro. A los hechos, el remate es solo uno. Jaja, obvio: capaz, no.

8.4.13

La misa, un paréntesis en la cotidianeidad

Si los cuatro evangelios que posan sobre el techo dorado pudieran ver y hablar, dirían que en la misa de Jueves Santo, la Basílica de San Carlos Borromeo y María Auxiliadora está repleta de cabezas canosas, un par rubias, morochas y castañas, y otras pocas particularmente más pequeñas, que se mueven inquietas.

Al entrar al templo, la mayoría se persigna, tal vez para invocar a Dios y así despojarse de la furia de la ciudad. Creyente o no, el clima de fe y devoción es innegable. Como si tras hacer el gesto de la cruz, al apoyar la rodilla sobre el piso o amagar con hacerlo, o previa sumersión de su mano derecha en agua bendita sobre la estatua de un ángel; la interioridad de la persona fuera otra. Como si ese mismo que insultó al taxista que le corrió el espejo del auto quedara puertas afuera, y ahora estuviera en su lugar un enamorado de la paz eterna.

Las cabecitas intranquilas son de niños cuyas madres o abuelas tironean de las manos para que no alteren la velada. También hay bebés, cuyos esporádicos llantos acompañan, de a momentos, el discurso del cura, que pide gloria para Jesús, y que recen, canten, se paren, se sienten. Por momentos los chistidos de los mayores son más fuertes que las intervenciones de los infantes. Un chico de 7 se espanta al ver que el sacerdote le lava y besa los pies a una anciana. Una nena de 5 años no entiende por qué una chica la saluda y le dice “que la paz esté contigo”, si ella está en paz, si se está portando bien. 

Algunos van a buscar su hostia, y todos salen a la calle. Los viejos, los adultos, los bajitos. Parece como si otra vez hubieran recuperado al que dejaron afuera. Algunos prenden un cigarrillo. Una mujer está lista para subir la ventanilla del auto si le vienen a pedir una moneda, aunque minutos antes rezaba por el prójimo y la misericordia. Un niño puede preguntar (depende de qué) sin ser chistado. Una señora mayor puede volver a lavarse los pies, sola. La misa terminó.

4.4.13

Escribir es como vivir

La felicidad íntegra en un presente es una utopía, siempre lo pensé, por más desalentador que suene. Yo me encargué de convertirlo en positivo: ese camino, hacia ella, es mágico, es la vida, y creo que intentando ser feliz en el trayecto, se puede ser feliz de todas formas, por más que ella como "perfecta" y "completa" esté en el horizonte; y como bien dijo Galeano, se aleje a medida que yo me acerco.

Con escribir me pasa algo similar. Es una expresión de aquello que entiendo que pasa en grandes términos. Tengo una idea, un pensamiento, un sentimiento; me muero de ansiedad por pasarlo a palabras. Entonces empiezo a redactar, pero la hoja en blanco me inquieta, me incita a querer terminar, a poder cerrar ese sentimiento, respetando lo más posible cómo se me presentó a mí, esforzándome por no haberme extraviado en palabreríos y perdido en la intención.

Finalmente al texto lo termino. Y de repente, como si nada, aparece un vacío, como si esa búsqueda de perfección al ordenar las palabras hubiera sido un desasosiego que, sin darme cuenta, me generara bienestar; como si esa ansiedad me diera una satisfacción de ese tipo de la que sólo te das cuenta cuando quedó atrás.

También ya lo pensé alguna vez: el hombre feliz es aquel que aprende a disfrutar de los recuerdos habiendo matado la nostalgia. Pero, después, lo entendí bien: el hombre feliz es el que se da cuenta de que es feliz cuando lo está siendo, y no un rato después. Igual, siempre va a ser así: el hombre es un eterno buscador. Y qué bueno que así sea. Yo me aburriría, sino.