Parece que está de moda vestirse de mentiras. Es perceptible con un caminar pausado y tranquilo, al igual que con uno rítmico y acelerado. La gente luce las mejores falsedades, y se avalan entre sí. Te queda pintado, se dicen. Ya no es cuestión de esconderlas. Llenarse de patrañas se convirtió en un saber común. Se dicen: vos mentís, yo miento, todos lo sabemos, nadie dice nada.
Ya no los culpo tanto. ¡Si hasta el modelo supuestamente supremo calza los cuentos más cuentos de todos! ¡Si hasta en las vidrieras los maniquís visten a mucha honra engaños! Y estas prendas nada tienen de importado. Totalmente nacionales, elaboradas enteramente en casita. Aunque con muy poca atención y para nada perfectas: de lejos pueden ser convicentes y bonitas, pero sólo basta mirarlas un poquito más de cerca para ver las fallas, es decir, lo infundamentadas que las prendas son.
Todo esto es un enredo, entre ropas y mentiras, entre habladurías y moda, entre hipocresía y prenditas de segunda mano. Sólo quería ser un poco sutil. Y para dejar todo un poco más en claro: no miento pero tampoco digo nada. Voy desnuda. Pero ya me voy a vestir, ya voy a hablar. Muy distinta a todos, sí. Sólo estoy esperando a encontrar ese modelito que me quede pintado.