porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

22.6.10

Mundial-ma

Corridas. Personas apuradas. Colectivos llenos, calles sumamente transitadas. Algo se repite en esa escenografía. Algo se repite en las personas. Algo une. Colores. Blanco y celeste. Celeste y blanco. Mujeres, hombres y niños. Algunos, no llevan nada ni blanco ni celeste. Simplemente se les ve en la cara. Otros muestran bufandas, sombreros, o camisetas por debajo de los millones de abrigos que el momento del año en el que este suceso se da, implica. Como dije, todos están apurados. La calle se torna insoportable. En el colectivo no se puede respirar.

Pero, a determinada hora, las calles se vacían. Las hojas secas y los árboles muertos parecen ser los protagonistas de esta nueva historia. Pero simplemente hay que acercarse a una ventana, espiar un poco. La primera sensación va a ser un calor inmenso. La estufa, el hogar, o lo que sea que emane calor. Pero un rato después se ve un conjunto de personas con las características previamente explicadas alrededor de una pantalla. Y sus caras, transparencia. Se percibe sentimiento, se percibe emoción. Se percibe calor. Ellos son la fuente de calor.

La intriga lleva a ver qué hay en esa pantalla. Qué genera tanto sentimiento, qué es lo que logra tanta unión en una sociedad en la que parece que se vive a base de odio, desigualdades, discusiones. Fútbol. ¿Sólo fútbol...?

Es cariño por la camiseta, por los colores, por el país. Amor por ver esa tribuna llena de personas que se rompieron para poder estar ahí; sensación de querer dejar el cuerpo por cada bandera; ganas de gritar hasta que no te quede ni un hilo de voz en cada gol y en cada error del árbitro; que termine el partido, salir a la calle y compartir un mismo sentimiento con los de River y los de Boca, con empresarios y vendedores de pulseritas, con chiquitos, adolescentes, adultos y super-viejos, con anarquistas, socialistas, marxistas, liberalistas y conservadores, con matemáticos y escritores...

Visto desde afuera, visto sacándose la camiseta, visto desde Marte parece una locura. Parece algo superficial, parece una idiotez, parece que estamos todos aburridos y que encontramos una excusa perfecta para olvidarnos de toda la mierda. Sin embargo desde acá, abajo de este sombrero de Argentina que llevo con orgullo sobre mi cabeza y que me despeina de emoción, excede cualquier cosa. Y pocos pueden entenderlo. O no tan pocos. Cuarenta y un millones de personas dijo la FIFA...

Muchas cosas pueden pasar. Argentina puede seguir ganando y todos llorar de emoción, o, toco madera, podemos perder en la próxima ronda. Pero mi visión optimista de hoy me dice que estas emociones, eso de salir a la calle con mi sombrero ya nombrado, que los autos toquen bocina y compartir una estrofa; esto de gritar un gol con amigos y compartir un abrazo; esto de putear un árbitro al unísono con un vecino; esto de emocionarme cada vez que escucho a los hinchas corear en el himno antes de cada partido; todo esto... no NOS lo van a sacar.

Vamos Argentina CARAJO

14.6.10

Esa piel puede ser particular

¿Pero qué estás buscando?, me preguntó. Lo pensé. Una vez, dos veces. ¿Estoy buscando? Sí, demasiado. Al punto de que ya no quiero buscar más, porque me dicen, y también me digo, que las cosas aparecen cuando no las buscás. Pero me resulta inevitable estar esperándolo e imaginando en dónde, cuándo, cómo, por qué y de qué manera voy a conocer a ese. También me pregunto quién.

Después de un rato fui tipeando: necesito sentir. Me preguntó si nunca había sentido. Me lo pregunté. Sentí, pero sentir para mí fue que me hagan dificil algo y me saltó la caprichosa que quiere aquello que no tiene. Eso no es sentir. O eso no busco. Busco algo mutuo, busco querer y ser querida, busco. Justamente, busco. Error.

Entonces situaciones, que seguramente tengan que tener ciertas características que no puedo descubrir y, por ende, tampoco enumerar, tiene un posible futuro. Me gusta su música, me gusta su forma de ser. No lo conozco. Nada. Pero me acuesto y pienso. Y estoy en el bondi y pienso. E imagino. Imagino qué va a pasar la próxima vez que lo vea, imagino qué va a pasar en dos años. Cuando imagino todo sale bien. Demasiado bien.

No quiero más agarrarme de mínimas situaciones por mi ausencia de verdaderos y concisos sentimientos. No sé por qué, pero no quiero. Siempre soñar me resultó lindo, pero a veces es tan inalcanzable y eso resulta tan evidente que tengo miedo. Tengo miedo de que siempre mis realidades queden opacadas por mis sueños, que cada relación (palabra que jamás pude incorporar en cuanto a mi vida) viva bajo la sombra de aquello que vive en mi mente antes de irme a dormir.

Tengo miedo. Tengo miedo de darme cuenta, algún día, que todo eso no existe, de que jamás va a pasar, y de que solamente voy a poder ser así de feliz en mi cabeza. Y, aunque no hay nada más real de lo que uno se imagina, tampoco existe nada más placentero que tener el cielo en las manos en la vida real. Y aunque parezca contradictorio con lo que algún día escribí, no lo es para nada, porque me declaro de ese grupo al que tanto criticaba.

Hoy soy de esas mediocres que no quiere soñar más porque sabe que jamás va a cumplir aquello que sueña. Salvo que exista la posibilidad de enredarse en el sueño para siempre, y que eso se convierta en mi realidad. Seguro en mis sueños voy a poder amar y envejecer, y escuchar una canción de amor que me recuerde a alguien.

Seguro que sí. Pero no se puede, así que me quedo acá. Donde el sol del mediodía sí quema. Remando contra viento y marea, o tal vez no. Sólo me falta darme cuenta para dónde tira el río y asegurarme que para ahí quiero ir.

7.6.10

Amalgama bendita

Ella trabaja con extrema dedicación, responsabilidad. A veces pienso que demasiada. Siempre dice "sí, dentro de unos meses largo, me jubilo, y no vuelvo más..". Pero no tengo dudas de que disfruta de lo que hace. Y esa manera de hacerlo, siempre con buena predisposición y excelente voluntad es algo que no puedo dejar de admirar.

Él es devoto de la música. Trabaja con ella y también es su compañera fiel en su tiempo libre. Porque escribe. O practica. O escucha. O se junta con el resto de la Creole para tocar un par de temas, aunque creo que con la antiguedad y el nivel que tienen ya no hay posibilidad de mejorar. También escribe. Cuentos y para varios cumpleaños y ocasiones especiales escribió poesías. Es un artista, para sintetizar. Un gran artista.

Ella no sabe jugar al truco. Se negó siempre y se sigue negando. Dice que no le gusta mentir. De chiquita traté de explicarle, inclusive una vez le hice un manual de instrucciones por escrito aclarando que tenía que leer todos los días para por fin aprender. Es probable que lo haya leído un par de veces por pura ternura y respeto (porque no tengo dudas; era inentendible), pero obvio sin resultados aplicables en el famoso juego de mentir.

Él es casi un fanático de ese juego. Lo compartimos muchas veces, tal vez más antes que ahora, y pocas veces pude ganarle. Muchas le recriminé cierta lentitud al jugar, esa misma lentitud que en realidad se llama de muchas maneras juntas (lógica, paciencia, inteligencia, etc). Esa "lentitud", que bien no es lentitud si no algo totalmente positivo, con la que logró ganarme casi siempre. Y logramos ganar cuando jugamos juntos.

Ella es una mujer que se clasificaría como alegre, con ganas de conocer, de tener su ideal y mantenerlo. Obvio, muchas veces discuten con él. Ella va a las marchas aunque mi papá y mi tío le adviertan que es algo peligroso, ella mira programas políticos y de opinión y habla sola. O con el televisor, o con Grondona. Pero sabe lo que dice. Tenga razón o no, admiro sumamente su convicción.

Él es un maestro de las anécdotas. Todos los domingos por la noche tiene alguna nueva para contar o una vieja para recordar. Situaciones siempre cómicas y, si no lo son, el logra darles su toque de humor. Varias veces me encontré repitiendo a alguna de mis amigas cosas que a él le habían pasado y cuando terminé, se me quedaron mirando expectantes a que pase algo y la anécdota había terminado. De a poco me fui dando cuenta que tiene algo especial para narrar, a lo que infantilmente le digo magia.

Siempre me hicieron sentir en su casa como en la mía, nos bancaron a mí y a mis hermanas cuando por alguna situación no podíamos estar en casa, nunca que fui me aburrí, las comidas son las mejores de todas, son tan divertidos que realmente debería costarles imaginarse, suelo tener conversaciones profundas con ambos cada vez que los veo; aprendí, aprendo, y voy a seguir aprendiendo mil cosas de ellos.

Es que es sorprendente, curioso, mágico. Son una mezcla de experiencia y humildad; sabiduría y mente abierta; ternura y humor. Son los dos grandiosos, sumamente grandiosos y los admiro desde lo más profundo de mi ser. Los quiero hasta la luna y hoy sí puedo contestar ¿cuarenta y nueve años con el mismo señor? ¿cuarenta y nueve años con la misma mujer?

Y sí. Si los dos son de lo mejor que tiene este bendito planeta. No podría ser de otra manera.




1.6.10

Tocando fondo

No es necesaria la luna para la transformación. Se da sola. O con una luna metafórica, una luna que más que un satélite es un hecho, o también puede ser un mambo personal. Pero esa luna, sea lo que sea, imposible a veces de definir, nos transforma. Nos lleva a olvidar a quienes queremos y a quienes no, a perder todo tipo de conciencia y a actuar por puro instinto. Ahora somos lobos.

El lobo puede lastimar y lastimarse, puede golpear a otros y golpearse a sí mismo. Es ciego. No ve a quien muerde, a quien patea, a quien hiere tal vez irreversiblemente. Simplemente lo hace. El lobo perdió el criterio, la función simbólica, la capacidad de razonar. El lobo carece de alma racional, diría Aristóteles, y se caracteriza por su alma intuitiva. Que, encima, a veces falla.

El lobo está acá.

Pero el estado lobo es temporal. Es imposible que permanezca. Lamentablemente (y ya van a entender por qué) después de un rato, el lobo vuelve a persona, vuelve a su eje, ya no está más fuera de sí. Es conciente de su alma racional, de sus afectos, de lo que se debe y lo que no. Pero, además, ahora siente. Siente cuando se percata de todo lo que hizo y dijo. Siente cuando no puede creer haber llegado a tanto. Siente cuando se da cuenta que el cuento del hombre-lobo no era solo un cuento ni un personaje llamado Lupin en Harry Potter. El lobo está, ataca, atrapa, asusta, mata, acecha.

El ex-lobo desearía haberse quedado en su estado anterior. Vivía las emociones al extremo y, además, no era consciente del daño que hacía. Estaba bien en su feliz ignorancia. Ahora está arrepentido. Y ya nada puede hacer. Sólo preguntarse: ¿lobo está?, responderse que sí, y no entender cómo fue que de la nada desapareció. Y que algún amigo sabio le conteste: y sí, ninguna fase de la luna va a perdurar por siempre.

Entonces el hombrelobo aprende a tenerle miedo a la luna llena, a adorar las noches nubladas y a decidir permanecer en una casa en cada una de esas fases. Lo que no entiende es que ocultándose nada soluciona... la transformación es, lamentablemente, inevitable. (o eso le gusta creer, porque bien en el fondo, esas explosiones son las que mantienen viva su especie, y lo último que desea es desaparecer)