porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

29.1.10

¿Febrero sin poder crecer?

Nunca me había subido a uno, pero me moría de ganas. A la vez, no quería quedar como una estúpida, o sea, me daba un poco de vergüenza. Estaba pegándome la vuelta, cuando se me vino a la mente la entrada anterior. El concepto, más que nada. Esa idea que tengo de no quedarme con las ganas de nada. Entonces dije: si tengo ganas de subirme al toro mecánico, ¿por qué voy a dejar de hacerlo? Era algo que quería hacer, y si no lo hacía, estaba siendo la misma pelotuda de siempre. La misma que en el 09, 08, 07, la misma nenita llorona y caprichosa que nació un día nublado de mil novecientos noventa y cuatro.

Y sí. Finalmente me subí, y después otra vez. Estoy segura que fui la mejor de todas, más allá que me caí (obviamente, pero juro que duré un montón), porque lo mío fue más allá de todo. Aunque para el resto fui una más que gritaba como una histérica, para mí significó muchísimo más que subirme a un toro mecánico. Fue el comienzo de un cambio. Espero seguir así, porque cuando me bajé, realmente sentí una satisfacción inmensa. Algo que no acostumbro a sentir, eso de sentirse muy bien con uno mismo.

24.1.10

2O1O

Después de leer en varios blogs las cosas que se proponían hacer antes de morirse, empecé a analizar qué es lo que quiero yo probar en mi vida. No tengo largo alcance, no puedo pensar qué voy a querer en 10 años porque no sé lo que voy a estar queriendo mañana. Sin embargo, empecé a pensar que quiero de mi 2010. Y... sin embargo, tampoco se me ocurrió nada puntualmente. Esa ausencia de incentivo es la que muchas veces me hace sentir sola, vacía, hueca. Muchas veces escribí sobre eso. Sobre que a veces siento que estoy viviendo sólo por obligación. Que estoy viviendo mi vida a la ligera, sin pensar en disfrutarlo al máximo, como si pudiera poner rew cuando quisiese para revivir un momento y ahí sí dedicarme a disfrutarlo. Mi inconsciente se las ingeniara para que yo sea un ente, que come, duerme, mira tele, sale, se ríe, y cree ser feliz. Porque prometo que le sonrío a la vida, prometo que soy feliz. Pero: ¿qué me hace feliz? Me pregunto qué voy a contestarle a mis hijos o a mis nietos cuando me pregunten en qué se basaba mi infinita felicidad de mis quince años. Por eso es que estuve pensando un poco en hacer algo de mi 2010, para evitar el día de mañana sentir que tuve una adolescencia feliz, pero vacía.

Quiero vivir muchas cosas, quiero perder el miedo, quiero madurar y crecer, quiero aprender, quiero ser muy culta, quiero leer hasta que me duelan los ojos, quiero jugar al volley, quiero valorar lo que tengo y, a la vez, no ser mediocre y aspirar siempre a más, quiero hacer todo lo que tenga ganas sin miedo al qué dirán, quiero dejarme ser al 100% más allá de quién me esté mirando. Sí, dicen que los seres humanos, al ser seres pensantes, somos libres. Sin embargo, no me basta con serlo. Quiero SENTIRME libre.

20.1.10

Si es cuestión de confesar

Me sé la tabla pitagórica de memoria, puedo empezar a cantar el abecedario desde cualquier letra, sé escribir los números en letras a la perfección, tengo buena ortografía, puedo cantar canciones de San Lorenzo y gritarlas como si estuviera en la cancha, escribo tan rápido en el teclado que supera mis pensamientos, a pesar de hacerme mejor amiga de la calculadora puedo hacer cálculos mentales y cuentas paradas, me sé la coreografía de la canción principal de Casi Ángeles y puedo dar vuelta la lengua.

Pero no pude evitarlo. Ya casi estaba por acostumbrarme a la ciudad otra vez cuando llegó una esperanza. Una mínima esperanza. Me fui afianzando a ella siendo consciente de que soy de las más ilusas. Diciendo "no me estoy ilusionando". Percatándome de que era posible ilusionarme pero no de que en ese mismo instante me estaba pasando. No puedo creer como en tan poco tiempo (menos de veinticuatro horas) sembré tantas ilusiones y, las mismas, ya están muriendo. Están en coma, a punto de que la maquinita haga el tan odiado piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Al parecer no sólo soy ilusa si no también negadora. Me tapé los oídos todo el tiempo y seguí sumando esperanzas, ya inexistentes. Ahora tengo un zumbido en el oído que no para de recordarme lo que no es, que en mi mente fue sumamente posible, pero en la vida real, como me gusta decir a mí, ni siquiera tuvo la más mínima chance de existir.

INEVITABLE. Pero sé preparar café y también entiendo de fútbol.

16.1.10

BOOMERANG

El mar. Furioso, enérgico, interminable. Los ojos se cansan al ver su ritmo constante. Esa sucesión permanente de olas que estallan en la orilla y dejan en la arena mucho más que colillas de cigarrillo y algas marítimas. Siembra sueños y se lleva otros; la felicidad de unos cuantos depende de esos efímeros días a su lado. Están quienes, por más que les aseguren que sí, insisten en que es imposible que cuando uno cierra los ojos y se duerme, el mar continúe con su rítmicas olas rompiendo en la orilla. Otros, los más ilusos quizás, consideran al mar casi un dios, y todo se le atribuye a él. Para mí el mar debería escribirse con mayúscula. Que "un poco de agua con sal y alguna que otra ola" (de verdad hay algunos que así lo ven) logre todo lo que logra, merece, como mínimo, un reconocimiento a la hora de ser escrito.

Y en el otro extremo, la ciudad. Odiada, insoportable, cansadora, digna de aparecer en una pesadilla. A la vez, una necesidad, casi una adicción. Un par de días lejos de ella y algo dentro de uno se siente desorientado, fuera de lugar.

A veces no entiendo como pueden existir cosas tan opuestas conceptualmente y que, físicamente, estén a tan solo unos cuántos kilómetros. O que sea posible escribir un nombre al lado del otro y no exista ningún problema. Es casi grosero a los ojos de uno imaginar el concepto nuestra ciudad junto al imponente mar. La explicación aparece a la vista de cualquiera. Los dos en teoría "opuestos" tienen, al menos, un factor clave en común. El movimiento permanente, interminable, la furia, la energía, el ritmo, la duda eterna de qué pasa en cada uno de los lugares cuando nos dormimos. La sutil diferencia es que la misma característica en uno es la que no me deja dormir porque estoy contando los días para volver, y en el otro caso, tampoco me deja dormir (pero porque me atormenta con mis deberes típicos urbanos del mañana).


Quiera o no, siempre estoy de vuelta.